Cristina Maffei Suomi
Dibujos:i Francesca Danzini
Por diversas razones, abandonamos nuestro hogar, nuestro país, a veces para establecernos en otro lugar temporal o permanentemente. En todos estos casos, preparamos la maleta; con más o menos cuidado, metemos la ropa, los libros, la comida para el viaje, que suelen recordarnos el país en que nacimos y que imprimió un sólido carácter a nuestra forma de vivir. Esta maleta nos acompaña a todas partes para satisfacer nuestras necesidades más concretas y contingentes, en ella solemos llevar artículos para mostrar o regalar a los demás con el fin de consolidar nuestra procedencia y exaltar nuestros orígenes.
Pero existe otra maleta mucho menos visible y palpable, la de los recuerdos, los conocimientos adquiridos, las experiencias vividas, en definitiva, de la vida recorrida anteriormente. No importa cuánto tiempo hayamos vivido en nuestra patria con nuestra familia, ese periodo será para siempre el más importante, el que dejará una huella indeleble en nuestras mentes y del que hablaremos de por vida.
La capacidad de recordar las experiencias vividas es un privilegio excepcional del hombre, ya que, por un lado, le permite revivir los hechos y situaciones para obtener fortaleza, lecciones y madurez, pero, por el otro, a veces también provoca tristeza, desesperación y rabia. Tanto en sus aspectos positivos como negativos, el recuerdo es esencial, ya que olvidar implica no querer recordar, es decir, es el rechazo del pasado, de una parte de nuestra vida que ha formado nuestro cuerpo, nuestro carácter, nuestra inteligencia.
La vida que vivimos en otro lugar es la consecuencia lógica de las decisiones y los sueños según los cuales buscamos algo nuevo y diferente, el deseo de cambio. Sea cual sea la motivación, queda siempre el sufrimiento por la separación, que se renueva cada vez que regresamos y cada vez que nos despedimos.
Sin embargo, entre los que se quedan y esperan y los que se van y a veces vuelven, todavía hay algo de vida, que conforma nuestra historia y que, junto con las vidas de las personas que encontramos por el mundo, crea la historia de la humanidad.
Entonces, cómo no recordar la historia de las comunidades italianas en el extranjero, de los compatriotas y oriundos que en el mundo conforman otra Italia fuera de sus fronteras. Estas personas integradas en las estructuras sociales, económicas y políticas de otros países son las que hablan de nuestra tierra. En cada acción de su existencia, desempeñan un papel importantísimo en la vida cotidiana, ya que poseen una riqueza particular: la doble cultura, es decir, una pluriculturalidad que surge del conocimiento de idiomas, costumbres, estilos de vida, valores que pertenecen a grupos diferentes. Esta múltiple identidad es la carta ganadora del emigrante, que puede utilizar sus conocimientos para aportar a la sociedad en la que vive nueva sangre vital.